Querella moral
Por qué las cosas no cambian.
Tengo una querella moral con el aprisionamiento y/o el exilio de gente que meramente vierte su opinión. Tengo una querella moral con el uso de dinero ajeno para montar una campaña organizada de difamación, mentiras y asesinato de imagen. Tengo una querella moral con la corrupción pervasiva de los gobernantes de mi tierra. Tengo una querella moral con el enjaulamiento de la gente pacífica que posee, vende o compra la planta o el líquido "equivocado". Tengo una querella moral con los matones oficiales que amenazan y roban a los humildes negociantes que viven de su trabajo.
La pregunta es, ¿qué debo yo hacer?
¿Debo yo, acaso, hacerme de un cartel y gritar en frente del Palacio de la Inmundicia? ¿Escribirle cartas a mis diputados, rogándoles de favor que dejen de matar, arruinar, encarcelar, robar a la gente pacífica? ¿Debo escribir artículos, blogs, noticias informándole a la gente que es inmoral todo lo antedicho? ¿Debo acaso donar dinero para campañas políticas de cualquier político que prometa terminar con toda esta barbarie?
Tengo una querella moral con la gente que insiste en adueñarse de lo que no es suyo, y después malbaratarlo en "proyectos" que benefician a sus compinches y secuaces. Tengo una querella moral con quienes meten presos a gente que compra pistolas o revólveres para defender sus vidas, sus familias y sus cosas, constantemente asaltadas por delincuentes. Tengo una querella moral con el sistema de "educación" perdón, lavado de cerebro estatal, cuyo único resultado es ciudadanos obedientes y pobres de mente que esperan a que el siguiente Mesías los rescate de su pobreza.
¿Debería yo salir a protestar, acaso? ¿Organizar un plantón? ¿Resistir los -- inevitablemente violentos -- ataques de los sindicatos que lucran pingüemente de estas actividades nefastas? ¿Debería yo bloggear más del tema? ¿Pintarme la cara con ideas?
Como pueden ver, yo tengo una querella moral con prácticamente todo lo que el Estado "hace". Estoy moralmente reñido con la conscripción, con la lucha contra las drogas, contra las licencias de matrimonio, con tener que pedirle permiso a un burócrata para hacer negocios, con robarle al productor para sobornar al parásito, con tasas de interés y de encaje centrales, con el nepotismo, con el favoritismo y la corrupción organizada.
Yo hablo de estos temas en línea con mucha gente. Yo tengo este blog. Yo twitteo y escribo constantemente acerca del tema. Yo dono dinero a organizaciones de beneficencia. Yo ayudo a organizaciones que promueven la libertad y el voluntarismo. Yo hago lo que está en mis manos para que todo esto que yo considero moralmente repugnante, se termine cuanto antes.
Pero nada cambia.
Nada cambia porque tengo -- no, todos tenemos -- terminantemente prohibido hacer lo único que podría detener toda esta repugnancia moral que el Estado y sus secuaces perpetran.
¿Cuál cosa? Fácil: dejar de financiar las "actividades" del Estado.
Verán, ustedes y yo podemos sacarnos el aire discutiendo y debatiendo con un estatista sobre la ética de todos estos asuntos... y los estatistas siempre estarán felices de debatir tal o cual detalle. Pero, si a mí siquiera se me ocurre retirarle mi "apoyo financiero" al Estado, ahí si, el estatista salta, pierde sus cabales y me dice: "noooo, eso es demasiado, ya te fuiste muy lejos, eso que tú sugieres es de gente malvada".
Tú y yo podamos señalar y criticar todas las malévolas actividades del Estado, pero no se nos permite dejar de financiarlas. Y es por eso que el estatista nunca "perderá" el "debate". Porque no existe tal "debate". El estatista no necesita debatirte o convencerte de nada usando la razón; su consigna es "se hace lo que yo digo, aunque tú tengas toda la razón". A fin de cuentas, él tiene el arma por la cacha -- los secuaces armados, apoyándolo para imponerte por la fuerza lo que a él le de la gana.
El Estado no necesita razonar, porque tiene la fuerza a su lado. Si tú te resistes a renunciar a lo que es tuyo, si tú te resistes a obedecer, el Estado te silenciará. Simplemente te arruina, te enjaula o te mata. Los pobres, los presos, los muertos... no opinan.
Así de fácil, compatriota. Ahora ya sabes por qué las cosas no cambian.