Dispensadores de libros atrasapueblos

Falsa modernidad. Consecuencias del estatismo. Aislamiento comercial.

Dispensadores de libros atrasapueblos
Esto estuvo bueno en el siglo 20

Existirán algunos que piensen que han llegado al siglo 21 (con 15 años de atraso) puesto que en la capital del Ecuador alguien ha puesto estas máquinas pendejas (ver inserto).

Lamentablemente, estas máquinas no son indicios de progreso.  Son más bien un síntoma gravísimo de en qué estado atrasapueblos se ha quedado el Ecuador.

En este siglo, los libros normalmente se compran bien baratos, con una maquinita como el Kindle donde te llegan gratis e instantáneamente, o igualmente baratos, en un sitio como Amazon o Barnes and Noble, donde te llegan baratos en dos días a más tardar, y puedes comprar libros usados si te da la gana.  Nótese que cuando se hace una transacción de esta índole, es enteramente innecesario (tanto para el comprador como para el vendedor):

  1. Salir de la casa.
  2. Meter dinero (o tarjeta) en una máquina.
  3. Lidiar con un aparato.
  4. Rellenar el aparato cuando el inventario está bajo.
  5. Pelearse por espacio físico de ventas.
  6. Construir un armatoste lleno de metal, vidrio, y electrónica.

En otras palabras: vender libros de esta manera es un desperdicio y un absurdo.

Pero — y quiero que quede claro — yo no culpo a los que han hecho este esfuerzo noble. Este absurdo se entiende como directa respuesta a una política estatal criminal, podrida, maligna, anti-competencia -- la infame y criminal barrera artificial, impuesta sobre todos los ecuatorianos en el tema de la importación de libros, que le impide a los ecuatorianos adquirir libros internacionalmente, sea digitales o impresos.  Traer un libro, un Kindle, o un Nook al Ecuador es un lío carísimo que obviamente desincentiva a cualquiera que quiera leer cualquier cosa que no venga a ser Platero y Yo... o la Biblia.  Quienquiera que haya experimentado lo fácil y barato que es comprar un libro aplastando dos botones en una pantalla digital se sorprendería de que existen lugares en el mundo que venden libros al estilo dispensador de condones.

En otras palabras: el Ecuador tiene armatostes estúpidos que venden libros — idiosincracia sui generis y casi Soviética — como consecuencia obvia de que los ecuatorianos tienen estrictamente prohibido importar libros y aparatos digitales (a no ser que sean muy ricos y más pacientes que Confucio).  Porque el comercio libre es un bicho raro en mi país, y el aislamiento comercial es "sexy", todos sufren — incluyendo los lectores, tanto reales como potenciales.  Los armatostes son simplemente un síntoma más de una enfermedad mental y social colectiva.

La verdadera enfermedad es creer que es legítimo lucrar del negocio ajeno, e impedirlo o sabotearlo si los participantes del negocio se resisten o encuentran formas de evitar ese sabotaje.

Yo entiendo que las librerías que existen deben seguir funcionando; me alienta que hagan negocio; me gustaría muchísimo que utilicen todas las facilidades que la Internet les presenta para que esos negocios se abaraten y el acceso al libro se democratice en toda la nación.  Pero instalar armatostes de doscientas libras, cuando ese metal podría usarse en cosas más edificantes, es simplemente evidencia de lo atrasado que el Ecuador sigue.  Menos máquinas y más mercado — libre o negro, me da igual, porque contrabando en libros es mejor y más moral que la ausencia de ellos y el aislamiento planetario — es lo que le hace falta a mi país.  Ya basta de aislarse para que cuatro cojudos con mansiones lucren.

Sigo deseando que saquen la edición digital de Divertinventos escrito por Abdón Ubidia.  Cuando la obtenga, creeré que el Ecuador ha avanzado.  Mientras tanto, aquí tengo treinta dólares para quien me envíe una copia usada.