¿Mi clave? ¿A una novia? ¡Jamás!
El otro día oí en una conversación (con salvedades de exactitud, disculparanme) que el enamorado de una chica le había revisado el correo a la chica en cuestión (llamémosla señor y señora Y-griega).
Inmediatamente, Rudd-O el paladín de la justicia saltó a la conversación como que fuera conmigo, pues sentí que me habían jalado varios púbicos simultáneamente (la verdad, tal vez fue porque me levanté de un salto, y se troncharon):
— un segundo, ¿cómo revisaste el mail de ella?
— ¿cómo que cómo revisé? Entré a hotmail.com y loginié
— ¿y cómo logineaste?
Intervino la señora Y-griega:
— con mi clave
— ¿QUÉEEE?
— claro, él tiene mi clave y yo tengo la suya
Me viro y lo miro al pana:
— ¿por qué tiene tu clave?
— es que tenemos confianza, entonces ...
(interviene ella) — sí porque ...
El resto de la conversación se perdió en mi cerebro, rodeada en un marasmo de incredulidad.
A ver, repitan conmigo: las contraseñas son un asunto estrictamente personal, porque:
- al compartir contraseñas, disminuye drásticamente la seguridad (pregúntenle a Bruce Schneier)
- uno tiene derecho a la privacidad y a un espacio propio, más allá de cuánto se amen una pareja (o grupo) X de tórtolos
Y, tal vez más importante, lo que uno tenga protegido tras contraseña puede ser malinterpretado, puesto que el contexto difiere de persona a persona, y los seres humanos vivimos en un mundo de contexto. Tal vez, si acaso, esta regla pueda levantarse en el caso de gemelos dicéfalos:
Mi amor, date la vuelta que voy a poner la clave
En todo caso, desapruebo rotundamente la noción de que porque nos amamos, compartimos hasta las claves
. Cada vez que oigo esta estupidez, me acuerdo de Marge Simpson y su hasta el ADN, porque cuando nos casamos hicimos un pacto de compartir todo
. Sin mencionar que, como están las cosas hoy en el mundo moderno, que una relación dure más de 10 años es un milagro fantástico.