La locura de encarcelar a los drogadictos

publicado 24/04/2009, Última modificación 26/06/2013

Descubriremos nuestro fracaso social -- junto con los orígenes del mismo -- con la siguiente reflexión moral.

Imagínate que un día tu papá te encuentra drogas en el cajón de tu cuarto -- de momento no importa si esas drogas las compraste tú o las plantó un mal amigo tuyo.  Ahora, imagínate que tu papá, tras ver las drogas, te agarra a la fuerza, te lleva al sótano y te encierra con llave y rejas por cinco años, lapso durante el cual sólo verás el Sol cuando tu papá lo decida.  Ah, y de cuando en cuando mete en tu celda a un violador.

¿Acaso eso está bien?  ¿Podemos llamar a ese acto "impartir justicia"?  No, ¿no cierto?  ¡Eso te parecería una abominación horrible!

Entonces, si eso está mal, ¿por qué cuando lo hace un funcionario del Estado, decimos que está bien?

Quiero que mediten esta pregunta, porque lo que voy a decir a continuación es tan solo la generalización de esta epifanía moral.


En las cosas pequeñas, de individuo a individuo, nadie discute que robar está mal, violar está mal, secuestrar está mal, matar está mal, asaltar está mal -- eso nadie lo debate.

Sin embargo, oh sorpresa, en todo lo referente al Estado, abajo es arriba y arriba es abajo.  Suena a chiste, pero para salirse con la suya, todo lo que tiene que hacer el Estado es escribir unos renglones en un libreco llamado La Ley (para lo cual hay unos procedimientos arbitrarios e ineficaces para las buenas "leyes" pero eficacícimos para las malas).  Y yastá, shazam, por declaración unilateral el Estado ya no roba sino que "cobra impuestos", ya no secuestra sino que "castiga", ya no mata sino que "defiende el territorio", no propagandiza sino que "educa"... en general, va rebautizando sus actos perversos con palabras "nobles".  Como resultado de esto, la más obvia moral desaparece -- lo que aplica para tí, para mí y para todos por el más elemental sentido común, de la decencia y la consistencia moral, mágicamente ya no aplica para los funcionarios del Estado (con sus amigos y secuaces) siempre y cuando ellos hayan escrito o comprado a priori un pedacito del libro llamado La Ley, o a posteriori tengan otros amigos poderosos en el Estado.

Pero a la gente no le gusta reconocer esta elemental verdad, no señor.  Este es el elefante en el cuarto a quien todos alegremente -- o más bien esquizofrénicamente -- evitan ver.  Unos se distancian, otros se disocian, otros se deprimen, otros se inventan excusas mentirosas, otros redoblan sus esfuerzos de autolavado del cerebro, otro grupo de gente se pone hostil -- en fin, cualquier defensa psicológica es buena, pero "por favor no me muestren lo que no quiero ver" está a la orden del día en sus múltiples manifestaciones.

Y lo grave del asunto es que esta farsa sólo puede sobrevivir mientras la gente se niegue a hacer preguntas básicas como ¿hey, cuando yo hago X está 'mal', pero si lo hace Z está 'bien'?  Y no sorprende, ya que es natural que las respuestas a estas preguntas les causan ansiedad o humillación.

Y mientras nos mantengamos en esta alucinación masiva, mientras insistamos que unos no tienen derechos mágicos que otros sí tienen por ser "funcionarios", mientras creamos que para los unos hay una moral y para los otros no la hay o que para los otros es "al revés", mientras sigamos pretendiendo hipócritamente que esta abierta farsa -- la cual un niño de 8 años podría denunciar -- es cierta y justa, las cosas seguirán estando como están: mal.

Agradecimiento a Stefan Molyneux por la idea.