Confiar en los sueños

publicado 07/05/2010, Última modificación 26/06/2013

...puede no ser una buena idea.

Los sueños -- imágenes que nos asaltan cuando dormimos -- nos asaltan cuando menos podemos defendernos.

Nos tientan con la promesa de seguir en nuestra imaginaria zona de confort, donde nadie nos hiere porque estamos solos, y nadie nos recrimina porque le decimos a la gente que lograremos esos sueños. Nos hacen pensar en un futuro que está abierto porque las decisiones no están tomadas, y por tanto no da miedo. Los sueños nos tratan de borrar de nuestras mentes y corazones lo perfectos que nos sabemos juntos con quienes amamos, porque haber tenido y olvidar, o haber tenido e imaginar que se puede tener algo mejor, duele menos que haber tenido y esperar a tenerlo de nuevo. Nos engañan con manifestaciones de nuestras patologías, inseguridades, temores.

Los sueños son sólo opio. Nos hacen olvidar que lo que somos no es lo que soñamos, sino lo que decidimos y emprendemos, aún cuando nuestros sueños nos rueguen que no lo hagamos. Soñar que tenemos el mejor trabajo, que nos levantamos a ese culo perfecto (mejor que el actual), que somos expertos en artes marciales, que somos caritativos... son fantásticos ejercicios temporales para el ego, pero distraen de las tareas de practicar artes marciales, esforzarse en el trabajo de uno, amar al culo que uno tiene, compartir con otros, disfrutar de lo que uno es / tiene, y crecer.

Ese trip de ego es sólo fugaz. Para el soñador, para el que se embelesa en sus sueños, prontísimo pasan 50 años, y un día despierta, mira a su alrededor, y se da cuenta de que nunca los alcanzó -- "yo pude haber sido grande!" es el único consuelo. Como el drogadicto bajo un puente, sucio, exánime y acabado, el que persigue sus sueños termina disociándose de la realidad.

Yo lo viví. Pasé años soñando con mis metas profesionales. No fue sino hasta que *dejé de soñar* y comencé a caminar que mi destino cambió. Pasé años soñando con el amor perfecto, y no fue sino hasta que dejé de embelesarme con ello que se dio. Ni mi carrera ni mi amor son perfectos -- ¿y cómo podrían serlo, siendo que son reales? -- pero son un millón de veces mejor que 1) lo que había soñado, 2) no tenerlos.

Cada minuto que uno pasa ensimismado en una fantasía, es un minuto menos que uno pasa caminando hacia su nueva realidad. Sólo los que persiguen activamente sus metas las logran -- el que persigue sus sueños no encontrará jamás el tiempo para lograr sus metas.

Nada de malo hay en soñar. Lo malo es dejarse aconsejar por los sueños, cuando esos malos consejos nos niegan lo que, con un poco de esfuerzo, podemos ser y lograr. Nuestra psique no nos puede encadenar al estancamiento -- más bien, cae en nosotros hacer que nuestra psique sea nuestra esclava. Son las metas y el esfuerzo lo que cuentan -- las que nos llevan a ese estado que tanto hemos anhelado.

En palabras de Molyneux: las películas de héroes nos roban heroísmo. No es heroísmo lo que nos muestra la pantalla grande (sea el cine o sea nuestros sueños). Heroísmo es vivir la realidad.